La primera vez que tuve que salir a escena
La primera vez que tuve que salir a escena fue siendo estudiante en la Escuela Superior de canto de Madrid. Tenía que interpretar el papel de la nodriza de Julieta en la ópera Romeo y Julieta de Gounod, y apenas tenía que cantar tres frases. Cuando me tocó salir a escena estaba tan nerviosa que entré por una puerta y, al ver al público que abarrotaba la sala, me entró tal pavor que salí corriendo por la puerta de enfrente. ¿Os podéis imaginar la escena? Menos mal que entre cajas estaba Fina, una señora muy mayor que nos ayudaba con el vestuario y que, al verme desencajada y sin saber qué hacer, me gritó enfadada: “¡Pero niña, ¿qué haces aquí? ¡Si tú tienes que estar cantando! ¡Entra! ¡Entra!” y de un empujón me devolvió a la escena, en donde, a duras penas, pude terminar mi actuación. Ahora esta situación me parece muy cómica, pero en aquel momento os puedo asegurar que no me hizo ni pizca de gracia…
Después de esa actuación estelar vino otra y otra, y muchísimas más a nivel profesional, y poco a poco fui entendiendo lo que me ocurría cuando pisaba el escenario, cuando me exhibía ante el público. A través de la experiencia fui adquiriendo recursos para dominar mis nervios, para estar plenamente en mi actuación, con los cinco sentidos, ¡y hasta disfrutando de ella! Por eso quiero compartir algunas ideas que me ayudaron personalmente y que espero que puedan servir a otros artistas.
Lo primero que aprendí.
Lo primero que aprendí fue que los nervios siempre iban a estar ahí antes de cada actuación, que no me iba librar de ellos, y que daba igual lo bien preparada que estuviera, porque ese hormigueo generalizado, esas mariposas en el estómago, las manos frías, el corazón acelerado, … ¿Os suena de algo esto? Pues bien, ese conjunto de sensaciones siempre iba a estar ahí. Sin embargo, me di cuenta de que, aunque no podía evitar los nervios, sí que podía hacer algo: aceptarlos y lo que es más importante, ¡darles la bienvenida!, porque eran el carburante que me iba a permitir estar más viva y activa durante mi interpretación. Así que finalmente comprendí que los nervios no eran malos, y que, bien utilizados, eran parte fundamental de mi ritual de preparación para salir a escena.
La mente puede ser nuestra amiga si está en calma.
La mente, ¡ay, la mente!, puede ser nuestra mejor amiga si está en calma, pero si se dispara puede ser nuestra peor pesadilla. Por eso, en vez de dejar que se dispare en todas direcciones, y nos empiece a lanzar mensajes de desaliento y de miedo, lo más práctico en esos momentos previos es que nos concentremos solo en preparar las dos cosas que nos van a servir para cantar: nuestro cuerpo y nuestra voz. Podemos relajar el cuerpo a través de respiraciones profundas, cuidar nuestra postura, calentar la voz con vocalizaciones suaves, etc… ¡todo antes que dejar que la mente nos domine!
También descubrí que sucedía algo transcendental en el momento justo en que me encontraba frente al público, algo que no sucedía en los ensayos previos, y que exigía de mí dar un salto de fe, confiar en mi intuición. Así que, si ya hemos hecho un buen trabajo de preparación y ya tenemos la música y el texto bien estudiados e interiorizados, no debemos repasar la obra una y otra vez sin emoción justo antes de salir a escena, porque estaremos obligando al cerebro a hacer un esfuerzo y después va a estar agotado. Además, cuando salimos a escena, no solo debemos tener la música en la cabeza, sino también las intenciones del personaje, las emociones, las imágenes y todo el trabajo previo que hemos hecho. Por lo tanto, algo que nos ayudará en esos momentos es olvidarlo todo y simplemente evocar alguna imagen que nos traiga la emoción justa para comenzar nuestra actuación.
El consejo que me dieron.
Y por último os contaré lo que una vez un colega pianista me contó a mí: en sus años de juventud él sufría de pánico escénico cuando tenía que dar sus conciertos de piano, y una vez su maestro le dijo: “Cuando estás encima del escenario solo eres un transmisor, no eres el centro del universo, el mundo no gira alrededor de ti, así que relájate”. Y este mensaje fue muy revelador para mí porque me di cuenta de que el arte transciende a la persona, está en la esfera de lo divino, y para conectar con él hay que hacer un ejercicio de entrega y humildad. Cuando nos abrimos, cuando dejamos de juzgarnos y de preocuparnos por el efecto que vamos a causar, y nos entregamos con pasión a lo que queremos transmitir, en ese momento nos sentimos parte de un todo y conectados con los demás, y entonces el miedo desaparece automáticamente.
Cuando el miedo queda atrás y conectamos con nuestra parte más creativa e intuitiva nos convertimos en portadores de belleza y podemos hacer felices a mucha gente. ¿No es esta una gran suerte?
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